Una
fatídica búsqueda de aventuras fue lo que los condujo a internarse en el oscuro
túnel.
Se
transmitieron coraje mutuamente e ingresaron fuertemente aferrados de sus manos. El lazo no pudo durar
mucho, pronto tuvieron que utilizarlas para quitarse esa pegajosa y horrible
telaraña que se habían llevado por delante.
Tomás
utilizó su celular para iluminarse precariamente y quitar esa baba asquerosa
que ahora chorreaba desde la parte superior de la cueva.
No habían
finalizado de limpiarse cuando una invasión de arácnidos, que se desplazaba
velozmente por una de las paredes laterales, les rozó la piel.
La
iluminación reflejaba un rojo escarlata que fluía entre una de las grietas.
Apagó el celular, se volvieron a tomar con fuerza de sus manos; era preferible
guiarse por los reflejos de la penumbra antes que tener una visión completa del
lugar.
Esquivaron
un reptil que venía desplazándose rápidamente hacia ellos al tiempo que un aullido desgarrador los ensordecía
temporariamente.
Una fuerte
transpiración impedía ahora que el lazo continuara tan firmemente como antes.
Solo deseaban llegar pronto hacía el final que ya comenzaba a vislumbrarse como
un pequeño punto de luz. Antes tendrían que superar una zona de fuertes olores
nauseabundos que los haría vomitar. Tomás soltó la mano de su pareja.
Ya en el
exterior, Celia lo vio pálido y notó que no respiraba al tiempo que perdía el
control de los esfínteres. Ella, estudiante de medicina, sabía muy bien de que
se trataba. Lo acostó en el piso y comenzó a hacerle masajes de reanimación
cardiopulmonar. Tomás había ocultado su claustrofobia en su afán de sostener su
hombría. En tanto, una multitud
comenzaba a rodearlos: Habían pasado a ser el principal atractivo del parque de
diversiones…
Peregrino